Cine Niza: Sangre sobre el sol

La historia que les voy a contar no estaba prevista. Es la historia de un hombre que cada día, desde la calle Nápoles, pasando por la calle Provença y bordeando la basílica de La Sagrada Familia, va a encontrarse con sus amigos de la petanca para jugar algunas horas a cartas y hablar de política.

Romeu, así se llama, ha vivido siempre aquí y conoce muy bien el barrio, ha visto pasar los momentos oscuros de la dictadura y los momentos luminosos de su renacer. Él ha visto cambiar los edificios y aparecer el rostro de la Pasión de Subirachs. La ciudad ha cambiado velozmente y en ochenta y siete años de vida él ha tenido todo el tiempo para verlo.

Este simpático señor habla con los turistas, le gustan los nuevos colores del barrio, las tiendas de souvenirs, los “brands” americanos. Toma todas las mañanas un café en el bar de Peng, su amigo chino, y lee el Punt Avui, pero también el ABC, para informarse sobre todo lo que pasa. Romeu acepta los cambios y tiene confianza en las generaciones futuras.

Hoy no. Inmovilizado frente a los escombros de un edificio, parece que haya perdido parte de su optimismo.

El antiguo Cine Niza (tampoco tan viejo) ha sido derribado. En su lugar habrá un supermercado o un negocio. Aquellos que esperaban que el Ayuntamiento al menos optaria por un centro cultural, no estarán satisfechos.

Cuando conocí a Romeu, no quedaba mucho del cine Niza: el esqueleto de un techo inclinado, dos cajas laterales y una escalera roja desnuda. Él estaba allí, frente a las barreras, desde hacía algunas horas. Me detuve a su lado, curiosa por entender qué sería de ese espacio y, sin siquiera mirarme, Romeu me dijo de inmediato: “Sangre sobre el sol”.

Pensé que este hombre había pasado mucho tiempo en el cine Niza, pero no asocié inmediatamente sus palabras con el título de una película… La verdad, a partir de esa película comenzará su historia, que hoy quiero contarlos.

Corría el año 1946 y el Niza, un cine con una capacidad de 1300 asientos, finalmente abría sus puertas en Barcelona. Era una de las salas más bonitas y contaba con una cartelera internacional de prestigio. Romeu entonces trabajaba en una tapizería de la calle Marina. El propietario cada 28 del mes, junto con el pago mensual, se había acostumbrado a darle a él y a su amigo Manel, cinco billetes del Niza. Un pequeño lujo para dos niños de quince años de los barrios populares.

Manel los vendia todos frente al teatro a mitad de precio. Romeu no. Esas entradas no constituian para él los ingresos a un cine, sino un asiento de primera clase en un avión que nunca habría tomado. Cada película era un viaje.

Había elegido el jueves. Ese día era tan sagrado para él como para los cristianos los domingos y para los judíos el Shabat. Salía corriendo de la tienda, llegaba a casa, se lavaba y cambiaba. Secretamente se ponía un poco de brillantina de su padre en el pelo y, como un profesional que acaba de regresar de un día de trabajo en el banco, caminaba enérgicamente hacia la puerta del cine.

También había cinco cigarrillos en el salario mensual que le daba su jefe. Romeu, antes de la película, tal vez para darse un tono, tal vez para pasar esas dos horas con un “sabor de adulto” entre los labios, se fumaba uno. Mientras tanto, miraba a la gente en la plaza. Le gustaba la variedad de la audiencia de ese cine. España no estaba viviendo un período histórico fácil, y precisamente por esto, todos tenían más ganas de soñar. Las costureras cosían sobre nuevos modelos en boga en Estados Unidos y los colores llenaban el Niza, que en pocos años también albergaría un salón de baile.

Ese día se emitía “Sangre sobre el sol”, una película dirigida por Frank Lloyd, de la que había oído hablar mucho.

Àngels, una chica de la misma edad, llegó corriendo a la puerta del Niza con su hermana,  algunos años mayor. Romeu, con su cigarrillo entre los dedos, las miró mientras esperaban en la cola para comprar los últimos billetes. Desafortunadamente solo quedaba uno.

Él no podía permanecer allí. Antes que las chicas renunciaran a la última entrada, se acercó a Àngels y le ofreció la suya. Romeu no sabía por qué lo hizo; tal vez un gesto de caballería, una cortesía … Ella quería pagarlo, pero él se negó. Desde ese día, todos los jueves del mes, Àngels se unió a Romeu en el Niza con su hermana, y después de un año, sin ella.

Romeu y Àngels se casaron en mayo 1950 y el cine Niza se convirtió en su segunda casa. Durante la Transición española participaban en las mítines del PSUC y después del PSC, aunque no apoyaban ninguno de los dos partidos, además, frecuentaban mucho el salón de baile. Romeu era un buen bailarín. Àngels no, pero se dejaba guiar. Ambos eran curiosos y ansiosos de vivir con plenitud su tiempo.

Pasaron los años, llegaron los hijos y los nietos … y ese cansancio melancólico que a veces acompaña a los ancianos. Àngels se demostraba más débil que Romeu, sensible, indefensa.

El cine Niza bajó las cortinas por última vez el 21 de febrero de 2005 y Àngels cerró sus ojos para siempre frente al mundo y a su querido marido este mismo año.

A Romeu solo le quedaba la fachada arruinada años ‘40 de esa sala, que había acompañado su vida hasta ese momento. Así todos los días, cruzando la plaza, en señal de respeto, inclinaba la cabeza hacia el letrero del Niza y con la mano derecha se levantaba la gorra.

Este 23 de marzo de 2018, sin embargo, Romeu está inmovil. Él ni siquiera tiene la fuerza para dar un saludo definitivo a su pasado. La gorra todavía en su cabeza, observa por última vez la escalera roja de su cine favorito.

 

P.S. 14 – 04 – 2018. Incluso la escalera roja ya no existe. Del esqueleto de Niza solo quedan cuatro pilares …. Y la historia de Romeu y Angels.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio
Ir arriba